Ayer, en la mañana, me senté un rato al piano luego de varios meses de abandono. Improvisé una breve melodía con sus respectivos acordes, y mi esposa, desde la alcoba, abocada en sus propios asuntos, la escuchó de fondo. Pensé en escribirla, pero antes le pedí su opinión: ¿te gusta? Ella contestó… sí, es suave. Evoca cierta tristeza, melancolía. Sonreí, y agregué ser un romántico.

Nuestro amigo @ericvancewalton nos pregunta sobre qué nos pone triste, en la edición número 46 de las Memorias del lunes, con la grata novedad de colaborar con #silverbloggers en un concurso de escritura. Un reto un poco fuera de la dinámica de esta serie de iniciativas, empero interesante, puesto habrá que acudir a los recuerdos de estos sentimientos.

Saben, la tristeza por lo general tiene una connotación negativa. Es el opuesto de la alegría, esa, a la que aspiramos a gozar siempre. No obstante, si lo piensas bien, también tiene su lado positivo, pues nos conlleva la introspección, la empatía, que nos hace identificar los obstáculos que nos hace infelices. Incluso, creo identificar personalidades marcadas por la tristeza, sin llegar a ser patológicas. Personas tristes por los males del mundo que les rodea, y que, en consecuencia, accionan para cambiar las condiciones para erradicarlos en el ámbito de sus influencias.

Claro, si eligiera entre estar triste o alegre, me decantaría por el último estado de ánimo. Mas entiendo también la utilidad de la tristeza. El problema es el extremismo, y la incapacidad de manejarla con acierto. Una tristeza profunda y prolongada puede llevarnos a una depresión crónica. Por el contrario, una alegría exacerbada nos puede conducir a la euforia distorsionadora de la realidad. En tal sentido, veo la solución en la vigencia de la máxima de Aristóteles sobre el justo medio.

Hasta hace poco, me caractericé por cierta tristeza. Hoy, creo actuar con más alegría, y si bien, veo, a diario, conductas que me entristecen. Ahora, las asumo con otros ojos y actitud. Aunque no del todo. Dicen que los ojos son las ventanas del alma, refrán curioso que refleja al revisar una antigua foto, siendo niño, una dulce tristeza en mi mirada. Quizás, la misma que me anima a tocar con melancolía.