Continúa esta historia.../ Un laberinto sin salida [ES/EN]

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-¿A dónde fue todo el mundo? -musitó con una sonrisa.

Finalmente, entendió el plan del que hablaba Miguel. En ese momento sintió un gran respeto por él y recodó el pequeño sobre que llevaba en su bolsillo…

Introdujo la mano en el bolsillo para cerciorarse de que el sobre aún seguía donde lo había guardado.

Había conquistado el sueño añorado por muchos, a lo largo de la historia humana: encontrar la fuente de la eterna juventud. La doctora Rosales sintió el regocijo de la meta alcanzada, pero lamentó no poder compartirlo con su equipo. A medida que fueron avanzando las investigaciones, los colegas que comenzaron con ella en el proyecto, decidieron abandonarlo. Uno tras otro, fueron sintiendo que estaban traspasando barreras éticas que podían acarrear consecuencias irreversibles.

Miguel, su compañero desde la universidad, fue el último en salirse. Paradójicamente, él fue el primero en alertarla sobre el rumbo peligroso que estaba tomando la investigación, sin embargo, continuó junto a ella en honor al afecto que se tenían. En muchas ocasiones, la doctora Rosales había percibido algo más que amistad en aquella relación, pero ninguno de los dos se atrevió nunca a cruzar la línea que los hubiese puesto del lado del amor.

Cuando Miguel le presentó el informe donde le exponía su plan para conseguir lo que estaban buscando por otra vía, más larga, pero menos arriesgada, ella no quiso escucharlo. Estaba tan obsesionada con la idea de alcanzar el sueño al que había dedicado los mejores años de su vida que no sopesó las consecuencias. Al final, solo los arriesgados logran empujar la ciencia hacia adelante, se repetía a sí misma cuando le asaltaban las dudas.

La mañana, en que la doctora Rosales llegó temprano al laboratorio para esperar a su fiel colega, se había presentado lluviosa. Miguel no tardó en llegar, siempre a la hora de costumbre. Ella lo invitó a compartir el té que acababa de preparar. Él aceptó gustoso, pues eran esos los momentos que más disfrutaba junto a su amiga. Pero esta vez la charla no giró en torno a las pequeñas cosas que sostenían aquella amistad.

-He decidido probar el tratamiento en mi persona, así podré saltarme unos cuantos protocolos- le dijo sin rodeos la doctora Rosales.

-¿Acaso has perdido la razón? – le reprendió Miguel, casi gritando - Hasta aquí has podido contar conmigo incondicionalmente, pero no voy a seguirte en esa locura– concluyó tajante.

Siguieron discutiendo sobre el tema durante toda la mañana. Afuera la lluvia había arreciado y parecía que nunca escamparía. Rosales no logró mover a Miguel de su decisión. Tampoco él pudo convencerla para que desistiera. Antes de marcharse, le entregó un pequeño sobre.

-Ahí dentro encontrarás toda la información, por si, algún día, necesitas localizarme – le dijo afligido - No dudes en buscarme. Aunque no esté de acuerdo contigo, puedes contar con mi ayuda si no encuentras la salida del laberinto en el que estás decidida a adentrarte.

Fue en ese tiempo que sucedió la inexplicable desaparición de la doctora Rosales. Ella se encargó de borrar todas las pistas que pudieran conducir hasta su nueva identidad. Buscó un lugar perdido en la geografía del país para poner en práctica el experimento. Las pocas personas con las que mantenía algún contacto directo, desconocían de su existencia anterior. Su cuerpo fue experimentando una metamorfosis hasta recuperar la lozanía de la juventud. Al menos, esa sería la valoración de un observador juzgando por su apariencia física.

El inspector Pardo y su colega escucharon el relato de la doctora Rosales, sin perder el más mínimo detalle. Ella terminó contándole sobre el profundo y oscuro agujero al que la había empujado la depresión. Fue en ese momento cuando decidió poner fin a su vida, y así, llevarse con su muerte el error que había cometido.

-Pero en mis cálculos no incluí que Miguel nunca me abandonaría, a pesar de no haberlo escuchado – concluyó angustiada la doctora Rosales.

Unos toques en la puerta de la habitación de la clínica hicieron volverse a los investigadores en esa dirección. Tras un tiempo prudencial, entró un hombre de mediana edad sin mostrar sorpresa ante los visitantes. En la recepción lo habían puesto al corriente.

-¿Usted debe ser Miguel? - más que preguntar, confirmó el inspector Pardo.


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English Version

A LABYRINTH WITHOUT EXIT

-Where did everyone go? -he muttered with a smile.

Finally, she understood the plan Miguel was talking about. At that moment, he felt a great respect for him and remembered the small envelope he carried in his pocket...

She reached into her pocket to make sure the envelope was still where he had put it.

She had conquered the dream longed for by many throughout human history: to find the fountain of eternal youth. Dr. Rosales rejoiced at the achievement, but regretted not being able to share it with her team. As the research progressed, colleagues who had started with her on the project decided to abandon it. One after another, they felt they were crossing ethical boundaries that could have irreversible consequences.

Miguel, her partner since university, was the last to leave. Paradoxically, he was the first to alert her to the dangerous direction the research was taking, yet he continued to stand by her in honor of their affection for each other. On many occasions, Dr. Rosales had sensed something more than friendship in their relationship, but neither of them ever dared to cross the line that would have put them on the side of love.

When Miguel presented her with the report outlining his plan to get what they were looking for by another, longer, but less risky route, she wouldn't listen to him. She was so obsessed with the idea of achieving the dream to which she had dedicated the best years of her life that she did not weigh the consequences. In the end, only the risk-takers push science forward, she repeated to herself when doubts assailed her.

The morning, when Dr. Rosales arrived early at the lab to wait for her faithful colleague, had been rainy. Miguel arrived promptly, always at the usual time. She invited him to share the tea she had just prepared. He gladly accepted, as these were the moments he most enjoyed with his friend. But this time the talk was not about the little things that sustained their friendship.

-I've decided to try the treatment on myself, so I can skip a few protocols - Dr. Rosales told him bluntly.

-Have you lost your mind? - Miguel reprimanded her, almost shouting - Until now you have been able to count on me unconditionally, but I am not going to follow you into this madness - he concluded sharply.

They went on arguing about it all morning. Outside, the rain had begun to fall, and it seemed as if it would never let up. Rosales could not budge Miguel from his decision. Nor could he convince her to desist. Before leaving, he handed her a small envelope.

-In there you will find all the information, in case, one day, you need to find me - he said, saddened - Don't hesitate to look for me. Even if I don't agree with you, you can count on my help if you can't find your way out of the labyrinth you are willing to enter.

It was at that time that the inexplicable disappearance of Dr. Rosales occurred. She took it upon herself to erase all clues that could lead to her new identity. She looked for a lost place in the geography of the country to put the experiment into practice. The few people with whom she had any direct contact were unaware of her previous existence. His body underwent a metamorphosis until it regained the freshness of youth. At least, that would be an observer's judgement, judging by his physical appearance.

Inspector Pardo and his colleague listened to Dr. Rosales' story, without missing the slightest detail. She ended up telling him about the deep, dark hole into which the depression had driven her. It was at that moment that she decided to end her life, and thus take with her death the mistake she had made.

-But I didn't include in my calculations that Michael would never abandon me, even though I hadn't listened to him - Dr. Rosales concluded in anguish.

A knock on the door of the clinic room made the investigators turn in that direction. After some time, a middle-aged man entered without showing any surprise to the visitors. He had been brought up to date at the reception desk.

-You must be Miguel? - rather than asking, Inspector Pardo confirmed.


Story of my authorship.
Translated with DeepL.com (free version)


Relato de mi autoría.


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