A miracle (Un milagro) [EN/ES]

Aldana llevaba en frutas y verduras en su carretilla a su casa, se hacía tarde y los niños esperaban por a madre para poder comer. Ella preocupada por sus niños, corría con su carretilla por las calles que mostraban un dejo de oscuridad, mientras las horas iban pasando.

La madre con un nudo en el estómago rezaba por llegar a tiempo a casa, necesitaba con urgencia llevarles los alimentos para calmar sus estómagos. Aldana dejaba entrever algunas lágrimas que volaban al viento nocturno, mientras corría con su carretilla por el asfaltado oscuro y duro.

Ella llevaba la angustia en la punta de la lengua, y en baja voz maldecía la pobreza en que tenía a sus hijos, por culpa de un padre alcohólico que un día se marchó, dejando a la pobre mujer con sus tres hijos. Volvía a concentrarse en la línea blanca del pavimento, y fatigosa trataba de devorar la distancia con una glotonería de velocidad insaciable.

En ese instante, un auto oscuro andaba zigzagueando. El conductor ebrio movía erráticamente el volante y con un tono de lucidez borrosa presionaba el pedal al acelerador, perdiendo la noción del tiempo y la realidad. En microsegundos el carro negro impactaba a Aldana, todo parecía ir en cámara lenta, las verduras y las frutas volaban en el aire, como si fueran a ir expulsadas hacia el espacio.

El cuerpo de Aldana salió despedido hacía el firmamento oscuro, ella sentía el aire pasar por entre sus largos cabellos castaños. Luego el encuentro con el suelo no se hizo esperar, su maltrecha humanidad iba de regreso al pavimento y después un silencio sepulcral.

Abría los ojos la mujer y su mundo se había puesto vertical, en ese instante miraba como el auto negro salía a toda velocidad, dejándola toda golpeada y con terribles dolores que arañaban cada parte de su ser. «¡Auxilio! ¡Auxilio! ¡por favor ayúdenme!», Gritaba en una desesperación agónica al oscuro profundo.

Un olor a lirio empezó a inundar el aire y llegaba desde un punto impreciso, era embriagador y llenaba de paz a la mujer que estaba tendida en el frío asfalto. En ese momento, un perro pequeño, blanco como la nieve y pelo enmarañado se acercaba hasta Aldana.

El perrito miraba a la mujer moviendo la cabeza de un lado a otro y Aldana le decía, «Ve, perrito y busca ayuda, trae a alguien para que me ayude, por favor».

El pequeño animal sacaba la lengua y después lambía el rostro de Aldana, aquella sensación de fricción entre lengua y piel hizo que a la mujer le diera un terrible sueño y cerró los ojos por un momento, perdiéndose en un túnel de gusano con una resplandeciente luz en el fondo.

Aldana abría los ojos, miraba un pasto verde hermoso hasta donde se perdía la vista, un cielo azul claro cubría como un manto aquel paisaje y un arcoíris dorado al fondo. La mujer se levantaba y empezaba a llamar a quien sea. «¿Hay alguien aquí?, ¿quién me puede decir dónde estoy?». Ella colocaba sus manos alrededor de la boca para hacer más fuerte el llamado.

Empezó a caminar hacia ningún punto en específico, luego oyó un ladrido amistoso, ella volteaba a ver y era el simpático perrito blanco, el pequeño perro se acercó a la mujer y salto en sus brazos. Aldana se sentó en el pasto y empezó a acariciar al peludo compañero.

«Mi pequeño canino, ¿tú sabes dónde estoy?» Le acariciaba la barriga mientras el pequeño perrito se retorcía.

«Ya basta, Aldana, me haces reír mucho, jajaja».

La mujer asustada tiró al perrito y se puso las manos en la boca. «Hablaste».

«Jaja, claro, mujer, soy tu perro guardián y te traje hasta aquí». El perrito se levantaba y se sacudía moviéndose estruendosamente.

«¿Mi perro guardián?». Aldana abría los ojos al máximo de sus cuencas.

«Así es, Desde tiempos inmemoriales hemos sido sus guardianes y los protegemos hasta que su vida termina, luego los traemos aquí para que pasen a la otra vida».

«Pero, pero... Yo no puedo estar aquí, aún tengo... Mis hijos... se quedarán solos... No, no... No puedes hacerme esto». Aldana se tomaba la cabeza y lloraba perdidamente.

«Así las cosas deben ser, no hay nada que podamos hacer. Ahora ven vamos hasta el arcoíris dorado para que pases al otro lado». El pequeño perro iba adelante mostrándole el camino.

Aldana se arrodillaba y seguía vertiendo lágrimas de dolor profundo por lo que dejó en la tierra, sufría por sus pequeños hijos que quedarían solos y desprotegidos. El pequeño perrito tomaba de la falda floreada a la mujer para que apresurará el paso o el portal de la otra vida se cerraría.

«Vamos, Aldana, debemos pasar por el portal antes que se cierre o sucederán cosas feas, nunca nadie se ha quedado aquí hasta que cierren el portal». El perrito expresaba un cierto temor desconocido a Aldana.

La mujer retomaba su cordura y preguntaba al pequeño perro, «Qué clases de cosas sucederán».

«Dicen que se crea un vórtice oscuro que lleva quien sabe dónde? Es mejor no averiguarlo e irnos de aquí. El pequeño perrito halaba a la mujer de la falda.

En ese momento que iban corriendo hacia el portal, Aldana se cayó y quedó tendida en el pasto sin poder reaccionar. El perrito halaba con fuerza, pero no conseguía que la mujer reaccionara. El portal se había cerrado, el perrito y Aldana habían quedado atrapados.

Luego todo se empezó a hacer negro como la noche y el hermoso paisaje se hizo terrorífico, un vórtice que se creó en el cielo empezó a succionar a la mujer y al perrito, todo se hizo confuso y ambos se abrazaron fuertemente.

«¡Este es el final, Aldana!», gritaba el pequeño perrito desesperado. «¡Aaaaah!».

«El destino te ha dado otra oportunidad», se escuchaba una voz que provenía del vórtice.

Luego de un instante el perrito y Aldana desaparecieron en el vórtice...

«Doctor, doctor, la mujer está despertando», decía la enfermera mientras entraba la sala de recuperación.

«¿Qué sucedió? ¿Dónde estoy?». Aldana trataba de dilucidar su realidad.

«Señorita, está en la clínica los Ángeles, fue traída por un policía que la encontró mal herida, el policía cuenta que su perro fue quien lo guío hasta usted».

«Yo no tengo perro». Aldana se sobaba los ojos para aclarar las imágenes.

«Mírelo, aquí está». El doctor entraba con el pequeño perrito en brazos.

«Mi perro guardián». Los ojos de Aldana brillaban y de sus ojos caían lágrimas.

«Calma no llore, este pequeñín le salvó la vida, debe estar muy agradecida con este perrito».

«Mis pequeños, están solos, debo salir de aquí».

«No se preocupe, contactamos a un familiar suyo y los niños están bien, pronto vendrán a verla. Ahora debe recuperarse».

Después de todo esto la vida de Aldana mejoró, adoptó al perrito que se convirtió en su mejor amigo, sus hijos ahora están mejor y entre el doctor y ella empezó a fluir el amor.

El pequeño perrito seguirá cuidando de su humana, mientras Aldana piensa que si todo lo ocurrido en el limbo fue un sueño.

«Guau, guau».

Fin

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Edited by Rincón Poético.}

Text authored by:
Camilo Torres
DRA

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