Fiction: Airs of memories (Aires de recuerdos) [EN/ES]

Estaba acostado mirando hacia el techo blanquecino, unos insectos se paseaban en una danza de amor, distraían mi vista fija hacia la nada. Mis brazos los pasaba por debajo de la cabeza, levantándola un poco para tener una mejor perspectiva de la lucha por el domino del espacio en mi cuarto.

Mis ojos oscuros se enfocaban profundamente en aquellos movimientos, tanto que mi mente se remitió hacia el pasado de una época más feliz. Mi mente fluctuaba entre imágenes que venían presurosas, activando escenas que creía perdidas en el misterioso actuar de la mente.

Las noches de navidad de mi infancia llegaron de golpe, me vi ahí sentado frente al árbol escribiendo con ansias mi carta a Santa, mi lápiz se movía al son de las ideas y los deseos profundos de lo anhelado. El carboncillo quedaba tatuado en el papel blanco, áspero y con una delicada textura rugosa.

Recuerdo que junto con mis hermanos dejábamos las cartas, sostenidas entre las ramas de plástico verdoso con los adornos de bolas rojas y doradas, acompañadas con las luces de colores en un ciclo alternado de encendido. Mamá se hacía presente con un plato de galletas deliciosas horneadas con sus delicadas manos, era un placer casi sin igual.

Ella nos llamaba por nuestros nombres y recogíamos la parte de las galletas designadas, un vaso de leche era el compañero ideal para probar el dulce néctar blanquecino. Las sonrisas de mis hermanos bailaban entre el olor a galletas recién horneadas y el dulce olor a incienso que navegaba en el aire, tradición de mi madre en cada diciembre donde bañaba con la planta mística nuestra casa, según ella para sacar los malos espíritus y la mala suerte.

Una vez saciados con los aperitivos preparados con amor, mi madre nos mandaba a nuestros cuartos a dormir, para luego esperar entre ilusiones silentes los regalos pedidos con inocencia. Mi hermana se acercaba a mí y me decía. «¿Qué pediste hermanito?».

«Un carro a control remoto». Mis ojos brillaban al contacto con la luz y mi respiración fluctuaba entre suspiros soltados cíclicamente al aire. Retomé el aire y pregunté a ella. «¿Y tú?».

«Una muñeca de trapo para que sea mi linda hija». Se tomaba con la mano algunos hilos castaños que le caían a los ojos y los hacía a un lado tras de la oreja.

La emoción por despertar a la mañana siguiente nos perturbaba un poco, dejando que Morfeo demorará en llegar a nuestro encuentro. En tanto mi hermana volvía a soltar algunas palabras inocentes y con algo de melancolía. «¿Porque papá nunca está en estas fechas?». Un sollozo pude escuchar debajo de sus cobijas.

«No sé, tal vez siempre se le presenta algo, mañana le preguntas a mamá». Yo volteaba mi rostro hacia el lado de la pared y empezaba a contar ovejas de colores para conciliar el sueño, perdido entre galletas, deseos y misticismo de la noche mágica anual.

En la madrugada yo empecé a escuchar ruidos en la sala. Desperté y moví a mi hermana. «Hermana, hermana, despierta, alguien está en la sala».

Mi hermana se frotaba los ojos y mientras volvía a la realidad, balbuceaba algunas palabras. «¿Quién podrá ser?».

«Ven, vamos a ver», le dije a mi hermana, mientras le jalaba del brazo.

Abrimos la puerta sigilosamente y mirábamos las brumas oscuras que rodeaban el pasillo, mi hermana me tomaba con fuerza del brazo, y podía sentir un leve temblor. Yo le apreté con fuerza para darle la sensación de seguridad que le hacía falta. Asomábamos las cabezas por la puerta y los ruidos eran más fuertes a cada instante.

Decidimos salir con dirección al corredor y con un andar suave, pero decidido. Nos encaminamos al oscuro profundo del misterio, en tanto nuestros corazones latían como un carro de carreras. De cuclillas nos asomábamos hasta la grada, y la respiración se hacía más rápida y casi angustiosa.

Mi hermana me decía. «Hermano, regresemos a la habitación, tengo mucho miedo». Se afirmaba a mi brazo con la idea de volver y dejar el misterio inconcluso.

«No tengas miedo, hermana, yo te cuidaré pase lo pase». Yo le apretaba la mano proyectándole seguridad. «Llegamos hasta aquí, debemos desentrañar el misterioso ruido».

Sentí a mi hermana afirmar en voz baja y luego empezamos a baja por las gradas una a una, iba contado mentalmente cada escalón que nos separaba de los ruidos incesantes. Llegamos al comedor, las tinieblas eran cortadas por las tenues luces de colores que alumbraban en el fondo de la sala.

Seguimos las luces como un sabueso a su presa, los colores lumínicos indicaban el camino a seguir en esas tinieblas espesas. Llegamos hasta la puerta del comedor y con la ansiedad recorriendo cada célula, que parecía explorar ante los nervios, gritamos con furia y miedo contenido en el tránsito de esa epopeya misteriosa. «¡Fuera de nuestra casa, ladrón desvergonzado!».

Un grito de susto al borde de un paro cardíaco se hizo escuchar en toda la casa, parecía que las tinieblas se dispersaban ante el sonido fluctuante. Luego unas palabras pronunciadas por esa sombra nos decía. «Soy yo, chicos, cálmense».

La voz nos resultó muy familiar y la reconocimos de inmediato. «¿Padre?», preguntamos al unísono.

«Si soy yo, chicos. No teman solo estoy arreglando los regalos».

En ese instante mi madre aparecía y encendía todas las luces de la casa, dejando entrever al improvisado Santa Claus, con un sombrero de navidad rojo y verde, acompañado con un suéter gracioso de un reno café en el pecho. El misterio quedaba resuelto, y las risas inundaron la sala decorada de forma festiva. La navidad había llegado con ese hombre desgarbado, un poco torpe y amoroso.

Nos abrazamos con una profunda alegría implícita por aquella bella fecha especial. Papá nos dio los regalos y mamá nos sirvió unas bebidas calientes. Desde ese entonces supimos que nuestra querida Santa era el padre, que aunque no estaba en vísperas de navidad, siempre estaba en la fecha más importante para nosotros.

Salí del trance de aquel recuerdo, la nostalgia me invadió abrumadoramente. Corrí hasta el teléfono y marqué de forma presurosa, el timbre sonaba impaciente como un llamado agónico de auxilio, del otro lado de la línea sonaba aquella voz tan familiar que amaba tanto, y que por motivos de estudio había dejado olvidada. «Hola, papá, decidí ir en navidad a casa».

«Eso es una gran noticia, mi querido hijo. Hoho».

Fin

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Edited by Rincón Poético.}

Text authored by:
Camilo Torres
DRA

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