Fiction: Analia's gift (El regalo de Analía) [EN/ES]

Analía era una pequeña niña, de pelo castaño, ojos marrones, nariz respingada, pecas y una sonrisa con algunos dientes faltantes. Sus padres no tenían mucho dinero, apenas les alcanzaba para comer y asegurar la vivienda cada mes.

Alirio se esforzaba muchísimo para darle a Analía todo lo necesario, pero era muy difícil y el dinero escaseaba. A pesar de todo lo complicado de la situación, la familia de Analía mantenía una relación muy bonita y el amor era sincero e incondicional.

En la cena, Analía y su familia daban gracias por los alimentos. Las pequeñas manos de la niña se unían en una oración sincera por lo poco, pero suficiente que recibían cada día. «Diosito, te damos gracias por estos ricos alimentos que mamá nos preparó». La niña con los ojos cerrados se entregaba a la oración.

Alirio y Berta tristes miraban a la niña quien feliz agradecía, a pesar de que la cena solo era un plato de frijoles con una hogaza de pan y una taza de café. Luego de comer, los tres se sentaban a leer historias de un libro viejo que Alirio había encontrado en la basura.

Era un enorme libro de cuentos para niños, con algunas páginas rotas y amarillentas. Alirio en su oficio de reciclador encontraba muchas cosas que llevaba a casa y ese libro fue algo que le pareció muy especial para su pequeña princesa. Aquellas letras le permitían a Analía escapar a mundos fantásticos e imaginar una bella vida de cuentos de hadas.

«El dragón malvado iba tras la princesa y el príncipe azul luchó ferozmente con el monstruo para salvarla. El príncipe encantador le ganó al gran dragón que desapareció en el cielo azul. Él y ella fueron felices por siempre». Alirio terminaba de leer el cuento a Analía.

«Papí, ¿alguna vez podremos tener una vida feliz como la princesa y el príncipe?»

«Todo es posible mi niña, solo debemos creer con el corazón». Alirio abrazaba a su hija, pero en su corazón sentía que aquellas palabras no eran verdad. Un gran suspiro soltó el hombre y cerró los ojos sintiendo el calor de su hija. Después de unas horas de lectura de cuentos, Analía quedaba dormida, y su padre llevaba a la pequeña a una cama de hierro sostenida con ladrillos en los cuatro lados y un colchón de paja desgastado.

«Berta, ya llega navidad y quisiera darle un regalo especial a Analía, ya que todos los años solo le puedo dar muñecas que encuentro en la basura». Los ojos de Alirio se aguaban. «Por un año, quiero darle algo nuevo a mi niña».

«Alirio, cómo harás eso, lo poco que ganas es para lo básico». Berta miraba con tristeza a su esposo.

«No sé déjame pensar en algo. Que descanses, cariño». Alirio se volteaba y dormía.

Al día siguiente, Anália despertaba muy alegre e iba donde sus padres. «Papí, mamí, buen día, a levantarse que ya empieza a amanecer, jaja». La cálida sonrisa de la niña alegraba a la pareja, era como un sol en la oscuridad.

«Esta niña tiene mucha energía. Dejanos dormir un poco más, jaja». Alirio se cubría con las cobijas, mientras Berta iba a calentar un poco de café.

«No, no, no, al que madruga dios lo ayuda, siempre lo has dicho. Jaja». Analía brincaba en la cama sin parar.

«Niña, niña, basta, ya me voy a levantar. Jaja». Alirio se levantaba pesadamente mientras se dirigía a la cocina.

El olor del café recién hecho terminaba de despertar al hombre, quien se sentaba en los viejos banquillos de madera junto con Analía. «Ya que está de vacaciones, señorita. Irá con su padre a ayudarlo en su trabajo. No quiero que esté de perezosita aquí». La madre le decía a Analía mientras tomaban café.

«Esta bien, mami, con papá iremos a explorar los reinos en busca de tesoros. Jaja». Analía se echaba a reír contagiando a los padres con su alegría.

«Bueno, princesa, ya estoy listo para ir a buscar tesoros. Arggg!!!». Alirio cerraba un ojo, haciendo como pirata.

«Eres un tontín, papi, lo piratas no existen en los cuentos de hadas». Analía cruzaba los brazos.

«Esta bien, está bien, no se enoje, princesa». Alirio hacia cosquillas a la niña y juntos salían, mientras se despedían de Berta. Padre e hija empezaron el recorrido rutinario, y buscaban muchas cosas para reciclar y llevar a vender.

El día iba muy bien, Alirio y Analía habían encontrado muchas cosas y la niña feliz decía al padre, «Mi señor, mire cuántos tesoro tenemos. Hoy haremos una fortuna. Jaja».

«Ya veremos mi princesa cuántos nos pagarán los monstruos avaros. Jaja». Alirio dirigía su carreta hacia la venta de reciclaje.

«Hola Alirio, veo que traes muchas cosas. Sin dudas un día provechoso». Lo saludaba el empleado de la empresa de reciclaje, luego de pesar la chatarra, el hombre decía, «Son 10 dólares, no te puedo pagar más, órdenes del dueño».

«Pero hay más de 50 dólares». Airado reclamaba Alirio.

«Lo siento, lo tomas o lo dejas». El empleado instaba al hombre.

«¡Son unos explotadores!». Gritaba Alirio y salía del lugar.

El hombre empezó a buscar a Analía y no la encontraba. El corazón de Alirio empezó a latir apresuradamente. Preguntaba a las personas que estaban vendiendo la chatarra por la niña. Empezó a gritar desesperado por la calle. Se le clavó un dolor de cabeza mientras seguía pensando que hacer. Cuando iba a salir a la comisaría, Analía apareció por una esquina de la calle.

Los ojos de Alirio se iluminaron y corrió a abrazar a la niña, luego enojado la reprendió. «Niña, que susto me has dado. ¿A dónde fuiste? Sabes que no debes alejarte. Hay muchos peligros».

«Perdón, papi. Es que una señora olvidó un maletín en la acera y yo fui a dejárselo. Y ella muy agradecida me compró un helado». Analía expulsaba unas lágrimas.

«No llores, hija, solo que me dio mucho miedo que algo malo te hubiera pasado». Alirio abrazaba a su hija e iban a la casa.

Berta los esperaba y Alirio con el semblante desmejorado le daba la noticia del poco dinero que le pagaron. El hombre estaba frustrado porque a la mañana siguiente era navidad y aún no tenía él regalo para Analía.

A pesar de las malas noticias, los tres disfrutaron de las vísperas de navidad y la pasaron muy felices, olvidando lo material y compartiendo su amor. Al día siguiente, la navidad había llegó con toda su esplendor y unos golpes en la puerta alertaron a la familia.

Berta iba presurosa a abrir y miró a una mujer y un grupo de hombres bien vestidos. «Buenos días, ¿aquí vive la niña Analía?», preguntaba la mujer.

«Sí, señora, ¿qué sucede?». Berta estaba desconcertada.

Salía Alirio y Analía a ver cuál era el alboroto en la entrada. «¡Señora Rosario!», gritaba Analía.

La niña corría a abrazar a la mujer y los padres quedaban desconcertados. Luego la señora Rosario explicó todo a los padres. «Su pequeña hija en una gran demostración de honestidad, tuvo el maravilloso gesto de devolverme este maletín que había olvidado con unos documentos muy importantes. En muestra de mi agradecimiento quiero regalarles unos presentes». Los hombres entraban con mucha comida y regalos.

Luego los padres hablaron con la Rosario y ella conmovida decidió ayudarlos para mejorar su calidad de vida. Alirio fue contratado por Rosario para trabajar en la empresa, y Berta como ama de llaves.

«Muchas gracias, Señora Rosario». Alirio expulsaba unas lágrimas y abrazaba a la mujer.

«No me agradezca a mí, sino a su bella hija. Ella hizo posible todo esto». Rosario hacia un gesto a Analía para que se acercara. «Y para ti, bella Analía, este regalo».

Un hombre sacaba de la bolsa una hermosa muñeca, tan bella como la misma Analía. La niña mostraba una gran sonrisa y corría a abrazar a su bella muñeca. «Papi, los finales feliz si existen. Jaja».