Los Ayuac era una tribu que había prosperado en una tierra de fértiles montañas donde los árboles se alzaban imponentes sobre el firmamento, los pájaros con su canto embriagaban los oídos, y la niebla parecía acariciar las cumbres borrascosas en las madrugadas.

«Ichec, mira lo que encontré en la selva». Añuc mostraba unos granos misteriosos a su esposa.

«Nunca había visto algo parecido, son como cerezas, pero son duras. Me gusta mucho ese rojo vivo que tienen». Ichec tomaba los granos en sus manos y los miraba con fascinación.

«Tal vez el sabio de la tribu sabe lo que son, Vamos a mostrarle estos granos». Añuc tomaba a su bella esposa de color canela y pelo lacio tan negro como la noche, de la mano.

Llegaron a la tienda del viejo sabio. El hombre estaba sentando en estado de meditación. El pelo tan blanco como la nieve le caía sobre el rostro, tapando sus rasgos y arrugas que mostraban el paso de las décadas.

«Pueden seguir, no es necesario que se queden ahí». El anciano sabio regresaba de su viaje astral.

«Disculpe, sabio, es que queremos mostrarle estos misteriosos granos rojos». Añuc abría la mano y los dejaba ver.

«Aléjense con esos granos del mal». El sabio retrocedía estirando los brazos.

«Disculpe, sabio. No sabíamos lo que eran. Ese bonito color rojo nos maravilló». Ichec se tomaba el rostro.

«Ustedes no tienen la culpa. No conocen de la historia de nuestros antepasados». El sabio buscaba de entre los escritos sagrados uno en especial.

Sus dedos delgados como garfios tomaban un papiro. Lo ponía sobre una mesa de cedro rústicamente armada y tan vieja como el sabio mismo. Extendía el amarillento papiro y unos símbolos que no comprendían Ichec y Añuc se develaron ante sus ojos. El sabio recorría con sus manos los símbolos impresos, luego su boca morada y con muchas arrugas se movía, pero el sonido era inaudible.

Luego se dirigió a la pareja. «Hijos, aquí está escrito. Los granos que tienen en la mano son los frutos prohibidos. Nuestros antepasados cuentan que estos granos se convirtieron en una bebida maravillosa, que alegraba a la gente». El sabio lanzó un suspiro y seguía con su historia mientras los dedos se paseaban por los símbolos. «En aquella época, las personas tomaban la bebida que llamaron el elixir oscuro. La receta milenaria fue compartida por el sabio de aquel entonces, esa bebida tenía el poder de dar energía y hacer que la gente pierda las inhibiciones. La tribu se corrompió y cayó en aquella adicción que era difícil de superar. Adultos y jóvenes caían en desgracia, cada vez más profundo. La tribu se entregó en sus perversiones, pero los dioses vieron esto y decidieron actuar, así que enviaron al dios de la oscuridad Añoric, quien extendió sus manos hacia el sol e hizo que este se hiciera oscuro, el gran eclipse fue llamado. Durante varios años la oscuridad reinó en la tierra, mientras los pecadores pedían perdón con lágrimas de sangre. Los dioses vieron esto y ordenaron a los pobladores supervivientes desterrar aquellos malditos granos de la tribu y olvidar su existencia».

«Eso es terrible, sabio. Debemos deshacernos de estos granos para no enfadar a los dioses». Añuc tomaba lo granos y mientras iba saliendo el sabio le gritó. «Momento, Añuc. Los granos deben quemarse para que nadie los vuelva a encontrar. Ve y busca todos granos que puedas para destruirlos».

Añuc asentía y salía corriendo hacia la selva, mientras el sabio junto con Ichec reunía a toda la tribu, para ofrecer el sacrificio a los dioses. Luego de unas horas, Añuc volvía con varios canastos de granos rojos. El sabio ordenaba encender la hoguera, mientras el fuego ardía violentamente, los hombres jóvenes de la tribu empezaban a tirar los granos rojos a la hoguera.

El humo empezó a hacerse más espeso y el olor penetraba en cada fosa nasal, ese aroma era embriagador y excitaba el olfato de los que presenciaban el sacrificio. La gente de la tribu como hechizados empezaron a aspirar el humo, y se dejaron dominar por el placer.

Bailaban alrededor de la fogata embriagados por el aroma, y el sabio al ver esto gritó, «Insensatos, los dioses se enfadarán y nos castigarán».

Añuc levantaba los brazos, «Gente, retomemos la cordura. Debemos resistir a este demonio».

La gente gritaba y seguía bailando extasiados por el aroma seductor. En ese instante, el cielo tembló y los rayos caían violentamente, parecía que la tierra se partía en dos. La gente aterrorizada corría de un lado a otro. Añuc tomó de la mano a su esposa y junto con el sabio se internaron en el bosque.

Desde el cielo una voz sonó estruendosamente, era Añoric el dios de la oscuridad, pecadores nuevamente han enfadado a los dioses, ahora serán exterminados por su debilidad, son seres impíos, y las manchas deben borrarse de la faz de la tierra.

Añoric levantó su brazo y desde el cielo cayeron piedras envueltas en llamas. Ichec, Añuc y el sabio corrían por el bosque tratando de escapar del apocalipsis. El fuego empezaba a devorar los árboles y el calor infernal se apoderó de la zona. Los tres supervivientes corrían a lo que sus fuerzas les permitían. Los jadeos por el esfuerzo se hacían más y más continuos. Parecía que el fuego los alcanzaba y el sabio al ver esto se quedó atrás.

«!Sabio, sabio, siga corriendo¡». Añuc gritaba.

«No hay tiempo, escapen ustedes».

Añuc miró hacia atrás al sabio que levantó los brazos y una pared invisible se formó conteniendo el voraz fuego, dando tiempo a la pareja para escapar. Llegaron hasta una cascada y no le quedó otra alternativa que saltar, se arrojaron al vacío, mientras el sabio bajaba los brazos y el fuego pasaba de largo.

Ichec y añuc salían del río y desde un lugar seguro miraban como el fuego había consumido todo. La mujer soltó unas lágrimas y el hombre la abrazó, luego siguieron hacia adelante dejando atrás aquel episodio trágico.

Siglos después…

«Comandante González, hemos encontrado café en estas tierras desoladas». Un soldado con armadura brillante, mostraba los granos rojos.

«¡Qué maravilla!». El comandante González abría los ojos al máximo de sus cuencas. «Estos Granos son más hermosos que los que se ven en Europa. De inmediato soldado, prepáreme una buena taza de café».

En ese instante, la oscuridad baño los cielos. Los soldados españoles apuntaban al cielo. «Un eclipse. El mal augurio se aproxima».