Fiction: Encounter with the past (Encuentro con el pasado) [EN/ES]

Anton dejaba las flores en la tumba de su querida madre. Las rosas rojas tenían ese dulce aroma a soledad y tristeza. El día tenía un tinte oscuro y algunas gotas caían, estrellándose con la dura losa de granito.

El hombre miraba al horizonte gris y por su mente vagaban recuerdos de un pasado, triste, melancólico y con mucho dolor. Hacía un año que su madre lo había dejado, debido a un cáncer terminal que la fue corroyendo sin misericordia y en sus últimos días fue la estampa de un esqueleto, cansada y sin ganas de seguir viviendo. El fuego de aquellos ojos maternales se fueron apagando y el olor a muerte se impregnó en la piel arrugada. Aquel fatídico día, expiró su último suspiró y se fue volando hacia lo desconocido.

Las lágrimas de dolor rodeaban las mejillas de Anton y caían precipitosas hacia la tumba, confundiéndose con la lluvia. «Ya un año que me abandonaste, querida madre. Aún no puedo creer que ya no estés a mi lado dándome tu cariño incondicional, tus mimos». El hombre lanzaba las palabras al aire, que luego se esfumaban en el silencio del campo santo.

Un sonido tintineante se hacía más fuerte conforme pasaban los segundos. Con sus manos enormes y con algunos vestigios de bellos en la superficie de la epidermis, él tomaba el celular que seguía sonando de forma intempestiva. Un número conocido se mostraba en la pantalla de 6 pulgadas.

Los ojos verdes de Anton se dilataban al escuchar a su querida esposa. «Amor, ¿dónde estás?». Una dulce voz se filtraba por el altavoz.

«Cariño, estoy en el cementerio. Ya salgo para la casa». La fuerte voz de Anton resonaba por el desolado lugar.

«Bueno, amor. Te esperaré para cenar. Haré un delicioso guisado. Te amo». La mujer colgaba.

En ese instante la pantalla se había mojado con las gotas de llovizna y el aparato inesperadamente se escurrió entre las manos de Anton, sus ojos se abrieron al máximo de sus cuencas y reaccionó instintivamente. En ese momento, logró agarrar el celular y soltó un suspiro de alivio.

Levantó el dispositivo y miró la pantalla, abrió la boca y los ojos parecían salirse de sus órbitas. Accidentalmente, los dedos torpes de Anton habían marcado un número que era el último que hubiera querido marcar. Sin pensarlo dos veces colgó la llamada, pero el daño ya estaba hecho.

Después de un momento, el celular de Anton empezó a vibrar y a sonar incansablemente. El confundido hombre apagó el móvil y se dirigió a su casa, pero el corazón no le dejaba de latir apresuradamente, y los pensamientos que lo invadían le taladraban la cabeza. Anton pensaba que ya lo había superado, pero ese incidente le hizo recordar todo ese pasado que lo había hecho sufrir.

Al llegar a su casa, su mujer Annie lo esperaba. Aquella bella rubia de ojos azules y un cuerpo de guitarra, lo recibía con una sonrisa cálida y amorosa. «Cariño, ¿por qué que vienes agitado?», La esposa visiblemente acongojada preguntaba.

«No es nada, amor. Es que me vine corriendo para hacer ejercicio». Anton respondía esquivando la mirada de su esposa.

«Anton Wallace, no me engañes. ¿Qué escondes?». El gesto inexpresivo de Annie trataba de esculcar el gran secreto

Anton sacaba el celular y lo encendía frente a su esposa. «Mira el número del cual me estaban timbrando».

«Ahora entiendo lo que sucede. Debes afrontarlo o nunca podrás estar en paz». Fue entonces cuando el celular empezó a vibrar. Annie respondía el llamado, «Hola, Mike, Anton ya te va a hablar. Fue un gusto volver a saber de ti».

Anton no tuvo otra opción que responder, de pronto sus manos empezaron a sudar, y las mariposas en su estómago se movían tan rápido que parecía que lo iban a hacer vomitar. Un dolor frío empezó a recorrió su frente, y el corazón latía tan fuerte que parecía que se le iba a salir del cuerpo.

«Hola, hola, Mike. Cómo, cómo, estás?». Las palabras salían atropelladas con un nerviosismo sin precedentes.

«Hola, hermano, tanto tiempo sin saber de ti».

«Mucho tiempo. Sin dudas». Anton lograba recomponerse.

«Pensé que nunca volvería a saber de ti».

«Ni yo». Anton respondía a secas.

«Anton, yo, yo... Quiero...».

«Olvida lo que vas a decir. No me interesa saberlo». De pronto los recuerdos de un pasado doloroso, se volvieron furia palpitante.

«Hermano, escucha, por favor. Te necesito. Perdóname, por favor». Los sollozos se apoderaban del altavoz. «Sé que tuve la culpa de acabar con la vida de mi madre, nunca fui un hijo modelo. Durante todo este tiempo no he tenido paz y desde aquel día que peleamos en pleno funeral de nuestra madre, no he vuelto a ser el mismo».

Un silencio se apoderó del momento y el dedo Anton se dirigía hacia el botón rojo. Annie desde el fondo de la habitación negaba con la cabeza y articulaba unas palabras sin sonido. «Escúchalo».

«Hola, hola, hermano, ¿estás ahí?».

«Aquí estoy...». Anton dejaba en suspenso el término de la frase.

«Perdóname por matar a mamá. Yo soy quien tuvo la culpa. Fui un mal hijo que solo di preocupaciones a mi adorada madre y eso acabó con su vida. No he podido vivir en paz desde ese entonces». Los sollozos se convirtieron en lágrimas desesperadas.

Anton escuchaba la voz de aquel hombre arrepentido y se quebró también. Luego recordó lo feliz que había sido con su hermano y como lo protegía de los abusivos, aunque no fue un buen hijo, supo ser incondicional con la familia y sobretodo con su madre y hermano.

«No tienes la culpa de nada». Anton respondía a punto de las lágrimas.

«Sí, yo tuve la culpa. Yo mate a nuestra... Tú lo dijiste ese día». Mike era un mar de lágrimas.

«No, no. Solo estaba con mucho dolor y por eso...» Anton tomaba un respiro. «Discúlpame, tú, solo quería encontrar un culpable de la muerte de mi madre. Fui un tonto».

Un largo silencio se tomó de nuevo el momento y Annie decía en voz baja, «Vayan al cementerio».

Anton mirando a su esposa dijo a Mike, «¿Quieres ir a ver a mamá?».

«Sí, hace tanto que no voy a verla». Mike suspiraba profundamente sintiendo un alivio reparador.

Al día siguiente, Anton vio a Mike desde lo lejos y se acercó con una letanía, al llegar, los dos hermanos se abrazaron y luego volvieron a ver la tumba de su madre. Y en el aire de esa tarde de sol pareció escucharse una sonrisa dulce. Era un nuevo comienzo para ellos.