Fiction: The dance of the masks (El baile de las mascaras) [EN/]

Lucila vivía en un pequeño pueblo llamado Altamirano, donde las casas se apostaban en filas simétricas y los colores vivos alegraban a los paseantes, las calles empedradas hacían brincar las ruedas de los carruajes tirados por corceles bellamente adornados.

Por esas mismas calles paseaba Lucila, con su canasta de mimbre, vestido blanco de lino y una pañoleta atada en la cabeza que hacia juego con el resto del atuendo, unos guantes blancos de seda cubrían sus sedosas manos, las cuales llevaban un abanico que sacudía sobre su cabello rojizo.

El sol de octubre aparecía en Altamirano, y los moradores buscaban un escape del terrible calor ocultándose bajo las piadosas sombras que cada construcción, objeto o árbol ofrecía. Lucila se movía con ligereza, sus piernas bailaban al son de la brisa candente. Ella se dirigía al mercado para comprar algunos alimentos para el almuerzo.

Lucila era hija única de doña Gloria y don Joaquín, ambos ya entrados en años, ella cuidaba de sus padres y por eso nunca había experimentado el amor por un caballero. Seguía explorando cada local de frutas y verduras buscando el mejor precio, en ese trajín de compras y al cruzar la esquina se topó con un hombre.

La velocidad que llevaba ella la hizo caer de espaldas en el suelo empedrado, y la canasta con los alimentos salía volando por los aires desparramando el contenido. Lucila con la sangre a punto de ebullición, levantaba la mirada y enfocaba con sus bellos ojos color miel claro, al hombre que con una sonrisa nacarada, le ofrecía su ayuda.

«Señor, fíjese por donde camina», recriminaba Lucila con vehemencia.

«Jeje, perdón usted señorita, pero no tuve la culpa, usted fue quien se abalanzó sin mucho cuidado". Una voz profunda y hechizante surcaba la brisa e hipnotizaba a la mujer.

Lucila quedó perdida en el encanto de su voz, sus ojos y ese porte de galán de novela romántica. Ella tartamudeaba, «E... E... E...».

Sin poder decir una sola palabra más dejó que el hombre la ayudará a levantar los alimentos, luego le dijo, «Permítame ayudarla, bella señorita, con todo el gusto del mundo. Por cierto mi nombre es Naimed, a su servicio». Le extendía la mano para presentarse formalmente.

«Soy Lucila, es un gusto conocerte». Sus ojos brillaban al fijarse en el rostro del hombre que parecía delineado por los dioses.

Lucila tomaba el camino hacia su casa y Naimed se ofreció llevarla hasta su destino, en el trayecto la pareja se fue conociendo, cada palabra que se cruzaba era una que se iba internado en el corazón.

Después de unos veinte minutos de caminata, Naimed le dijo, «Sé que es muy pronto, pero quisiera invitarte a un baile de máscaras este sábado en la noche, me harías muy feliz si aceptaras la invitación». Esa risa encantadora se dejó ver una vez más para hechizar a la mujer.

Lucila perdida en los encantos de Naimed, respondía, «Me gustaría mucho, solo que deberás pedir permiso a mis padres y tal vez te den una respuesta negativa».

«No te preocupes, mi bella dama, estoy seguro que aceptarán gustosos, haha».

Llegaron hasta la casa y Lucila lo invito a entrar, los padres de ella estaban sentados en un sofá de cuero de un color pastel claro. Luego de unos minutos de charla los padres quedaron encantados con Naimed, ellos también habían sucumbido al hechizo de esa voz y sonrisa encantadora.

Llegado el día, Naimed llegaba por Lucila y juntos se encaminaron hasta el lugar del baile. El carruaje los dejó hasta las afueras de Altamirano. «Me parece que está muy lejos, nunca había venido por estos lados». El rostro de Lucila mostraba una angustia creciente con el paso de los caballos.

«No te preocupes, mi bella dama, te cuidaré mucho, se lo prometí a tus padres». De nuevo esa voz profunda hizo caer en el hechizo a Lucila.

La pareja llegó a una gran mansión de estilo barroco, se mostraba imponente en el campo, los ventanales en el frente de la casa le daban un toque de distinción y las gárgolas parecían guardianes de la bella edificación.

Sin perder tiempo Naimed tomó de la mano a Lucila y la llevó hasta las gradas que conducían a una gran puerta de cedro con un tallado de ángeles y demonios luchando. El hombre tocó la puerta y lentamente se abrió mostrando el interior, decorado elegantemente con seda colgando en el techo, y un candelabro enorme de bronce tallado, el gran salón de baile tenía un piso del más fino mármol que hacía de espejo al reflejar a los asistentes.

Las parejas bailaban elegantemente al son de violines y chelos, danzaban los bailarines como si flotaran por el aire, y los vestidos de las mujeres ondeaban majestuosamente. Los hombres guiaban en el rítmico danzar a sus parejas.

Lucila estaba maravillada con la elegancia y majestuosidad del lugar. «No pensé que existiera un lugar así en Altamirano, nunca había visto algo tan bello por estos lados».
«Eres de las pocas personas que puede ver un lugar como estos, siéntete afortunada, jaja». Naimed le extendía la mano y la llevaba a ella hacia el centro del salón.

Juntos daban vueltas y vueltas, mientras las elegantes máscaras giraban a su alrededor. Bailaron mucho y las horas corrían raudas: sin pausa. Lucila miraba a Naimed y detrás de esa máscara miraba a hombre que la había conquistado, en tanto que él un beso le daba.

Lucila sintió desfallecer en ese largo beso y en aquel instante sonó el gran reloj de la pared, eran las 3 de la mañana. Las personas empezaron a convertirse en monstruos espectrales: ojos rojos, colmillos y piel grisácea. La mujer miraba cuando ellos se despojaban de sus máscaras mostrando su horrible aspecto.

Lucila gritaba horrorizada por lo que estaba viendo y luego se resguardo en el pecho de Naimed, ella levantó la mirada y miró que su amado se había convertido en uno de ellos. Lucila salió corriendo buscando la salida.

Los monstruos iban tras ella diciendo, «la sangre virginal más vida nos dará». Una y otra vez repetían, mientras iban tras Lucila.

Ella no encontraba escapatoria y fue capturada, luego fue llevada a un altar de piedra, donde se encontraba una daga de marfil, mientras era sostenida, el más horrible de los monstruos se acercaba y tomando la daga pronunciaba unas palabras en un dialecto desconocido.

El monstruo levantaba la daga y cuando iba a clavarla en el corazón de Lucila, apareció Naimed monstruo y rescató a la chica. Una pelea horrible entre los monstruos sucedió, mientras Naimed gritaba a la chica, «Escapa que ya está pronto a amanecer».

Lucila salía rápidamente de la mansión y por las ventanas miraba como su querido Naimed era destrozado. Ella seguía corriendo y las lágrimas brotaban sin parar, el camino se hacía largo y sin fin. Las piernas de ella desfallecían y caía en el polvoriento camino, en ese instante el monstruo más horrible se abalanzo sobre la chica.

Él se reía tenebrosamente y cuando iba a clavar sus garras filosas en el corazón de Lucila, el sol empezó a salir y el monstruo gritaba de dolor, regresaba a la mansión desesperado, pero fue alcanzado por los rayos solares y desapareció.

Lucila se levantó y miraba como la mansión se convertía en una horrible cueva, luego escuchó una voz, «Gracias por liberarme, mi bella dama, tu amor puro fue la cura de la maldición, ahora puedo descansar en paz, vete y se feliz. Te amo»

Lucila levantó la mirada hacia el cielo azul y con lágrimas cayendo como cascadas por sus cuencas, pronunció unas palabras al viento, «Te amo, Naimed».

Fin

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_{Sources of the cover image Source 1 Source 2 Source 3 Edited by Rincón Poético.}

Text authored by:
Camilo Torres
DRA

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