Fiction: The willow tree (El sauce) [EN/ES]

«Amor, amor, vamos al río». Justine tomaba de la mano a Joseph y corrían por los bellos parajes veraniegos donde el sol acariciaba las suaves pieles juveniles de los muchachos.

La brisa despeinaba los cabellos de los amantes que surcaban el aire, buscando el nido de amor, un bello lugar, donde los enamorados expresaban su amor incondicional. Al llegar, el río de agua clara y corriente pacífica les daba la bienvenida. El bello verde esmeralda llegaba hasta donde la vista se perdía y los pajaritos con su canto hechizaban los oídos.

La pareja llegaba hasta el gran sauce, que se levantaba imponente sobre el paisaje. Las enormes ramas del árbol apuntaban hacia el infinito, y las hojas se movían ante la caricia del suave viento.

En el enorme tronco una inscripción había lacerado su corteza. Los surcos formaban un corazón y dos iniciales dentro de este, J y J. Los enamorados se acercaban al sauce y con su manos entrelazadas tocaban aquella figura irregular, pero tan significante para Justine y Joseph.

«Amor, nunca me dejes». Joseph tocaba el rostro de la amada, de piel como porcelana y algunas pecas juveniles.

«Para siempre, cariño, para siempre». Los labios de color rosa pintaban una encantadora sonrisa y los dientes perlados hacían una invitación a besarla.

El cálido y pasional momento había llegado, los labios se encontraban en un beso eterno. Los enamorados disfrutaban de cada momento juntos, que parecía no tener fin en el ocaso del día y prometía más en cada nuevo amanecer.

Eran almas gemelas que se complementaban cada segundo que estaban juntos. Justine no podía vivir sin estar al lado de Joseph y al contrario. Se vieron en un futuro con hijos, una casa blanca en el campo y un jardín de flores multicolores ondeando en la brisa de cada alba.

Los ojos color canela de Justine se fijaban en su amado y pasaba sus dedos por la cabellera rubia de Joseph. No había nada que pudiera separar aquel amor tan grande que sentían, pensaban que juntos eran invencibles y que podían afrontar cualquier problema que se les presentara.

El sol se iba poniendo por el horizonte cómplice de aquellos amantes. El naranja del cielo bañaba el firmamento mientras la vida les tenía preparada una sorpresa que les iba a cambiar sus planes de amor.

«Mujer, me han trasladado de lugar de trabajo. Debemos alistar todo para viajar lo más pronto posible». El padre de Justine hablaba con su esposa.

«Debemos avisar a nuestros hijos sobre la decisión que tomaste». La madre de la chica se tomaba la cabeza en un claro intento por entender la situación que se les estaba presentando.

Lejos del lugar, los enamorados seguían disfrutando de su amor, mientras contemplaban el ocaso de la tarde, entre abrazos y besos. Aquellos ojos inocentes de la pareja reflejaban el amor puro.

«Amor, hazme una promesa si en verdad me amas». Justine con la mirada profunda sobre el chico, le dijo.

«Cariño, sabes la respuesta. Dime que quieres que haga». Joseph con un dejo de preocupación instaba a la chica.

«¿Prometes que donde quiera que te encuentres me vas a seguir amando de igual forma?»

«¿Porque dices eso, amor?». Joseph sentía unas mariposas en el estómago.

«Es solo que me gustaría saber si estás dispuesto a seguir amándome como dices, incluso estando separados».

«Que cosa dices, cariño. Jaja». Joseph soltaba una pequeña sonrisa que se fue junto con la brisa de aquella tarde fugaz.

«Es en serio, amor».

«No entiendo por qué dices eso, cariño». Joseph cambiaba su semblante. «Sabes que te amaré pase lo pasé y donde te encuentres».

Joseph le daba un beso de amor a su amada y se abrazaban mientras la noche caía rauda. Después de una tarde de muchas emociones y sentimientos, la pareja regresaba cada uno a sus casas, pero el chico quedó muy preocupado por lo que le dijo la chica.

«Buenas noches padre, y madre». Justine pasaba de largo hacia su habitación.

«Señorita, ¿qué son estas horas de llegar?». El padre reprochaba a su hija.

«Disculpa, padre. Estaba con Joseph y se me pasó el tiempo».

«Con respecto a ese tema, puedes venir un momento. Queremos hablar contigo». El semblante del padre mostraba una inquietante verdad.

«¿Pasa algo malo, padre?».

El silencio del padre se prolongó por un largo tiempo, luego retomo su narrativa. «Hija, sabes que todo lo que hacemos es por ti y el bienestar de la familia». El padre soltaba un suspiro. «Es por eso que he decidido tomar el trabajo en la ciudad. Todos tendremos un mejor futuro».

Justine sintió como toda su realidad se caía a pedazos, y un dolor intenso de cabeza se clavó en su cabeza. Pensó en su vida, en sus amigos y sobre todo Joseph, no sabía cómo iba a reaccionar ante la trágica noticia. Las lágrimas fluían como cascada saladas y bañaban el rostro entristecido de Justine, quien no tuvo más que decir.

Lo único que pudo hacer fue salir corriendo hacia su habitación ante la mirada triste de sus padres. El sol apareció por la ventana y Justine no había podido conciliar el sueño, salió corriendo de la habitación con dirección hacia la casa de Joseph.

Tomó unas piedritas y golpeó a la ventana de Joseph, quien después de unos momentos salió a ver. «¿Qué sucede, amor?».

«Joseph, cariño, tenemos que hablar». Justine estaba bañada en lágrimas.

Joseph salió corriendo y luego fueron hacia el sauce. Justine le contó todo a su novio y juntos se abrazaron tan fuerte que parecía que sus cuerpos se iban a fundir. Luego un susurro se escuchó. «Huyamos». Joseph acariciaba el rostro de su amada.

«Pero, somos muy jóvenes. ¿Qué haríamos? ¿Dónde viviríamos?». Justine preguntaba esperando obtener más que algo fantasioso.

«No sé, tal vez podamos ir a pedir trabajo en las fincas de los hacendados, mientras nos organizamos».

«¿Crees que lo podamos hacer?».

«Si estoy contigo todo es posible». Joseph seguía abrazando a su amor. «Esta noche lo haremos. Lleva lo que puedas».

Los enamorados se despidieron y cada uno salieron a sus casas, prometiéndose ver en la noche en aquel sauce. Salió la luna y Joseph llegó con una pequeña bolsa de ropa como lo había prometido, pasaron las horas y Justine nunca llegó...

«Es una triste historia, abuela». El nieto la abrazaba. «¿Y qué pasó con Joseph?»

«Nunca volví a saber de él. Al día siguiente mis padres me llevaron a la ciudad y no pude hacer más nada». La abuela derramaba algunas lágrimas al recordar a su gran amor.

«Por qué no vuelves al pueblo. Tal vez encuentres a Joseph». El nieto instaba a su abuela.

«Tengo miedo de lo que pueda encontrar».

«Vamos el fin de semana con mis padres, así por fin podrás deja de tener miedo, abuela».

La familia viajó al pueblo aquel el de sus añoranzas y recuerdos de un amor del pasado. Al llegar ella se encaminó hacia el sauce, que aún estaba ahí con aquella inscripción. Lloró amargamente y luego escuchó una voz familiar. «¿Justine?».