Fiction: The winning ticket (El billete ganador) [EN/ES]

Tom era un hombre de los que muchos dirán un pobre diablo, su vida no fue espectacular ni mucho menos hizo algo para ser reconocido. Solo vivía cada día sin nada espectacular, en un trabajo mediocre de 20 años. Iba y venía como una ola, sin ningún propósito en la vida.

Un buen día donde el sol salía radiante por el horizonte, Tom se levantaba como de costumbre. Aún soñoliento iba hacia el baño y en el espejo miraba la expresión demacrada, que el tiempo había dejado en su piel morena. Unas canas se dejaban ver por la nariz angulada y en la barba de tres días que decoraba una parte de su rostro. Sus ojos castaños habían empezado a perder la agudeza visual y se entregaban al éxtasis de un vivir incipiente.

El hombre seguía detallándose en el espejo, entre canas y arrugas se dio cuenta que estaba camino a la tumba y no hizo nada con su vida. Agachó el rostro, en tanto el vapor del agua caliente de la tina empañaba al espejo revelador de verdades.

Sin mucho ánimo, Tom terminó su rutina diaria y se dispuso a salir para su empleo. Ahora sí, todo parecía haber perdido el poco sentido que encontraba en las cosas simples de su existencia. Perdido en sus pensamientos, el hombre se topó con una mujer que vendía toda clase de productos.

«Oiga, patrón, ¿quieres comprar, un dulce, cigarrillos…?».

La voz chillona de la mujer era interrumpida por Tom. «No, no. Gracias».

Tom caminaba presuroso y volvió a escuchar esa voz chillona. «No quiere un billete de la fortuna, tal vez cambie su vida».

En ese instante, todo fue como una epifanía, presentando ante sus ojos en forma de papel colorido con letras y números llamativos. Se devolvió, mientras miraba a la mujer descuidada, con el pelo enmarañado, y un par de dientes faltantes y le dijo. «¿Cuánto?».

«Por ser a usted, a un dólar, patrón». La mujer sonreía, esperando concretar la venta.

«Está bien, dame el billete».

«Mucha suerte, patrón». Aquellos ojos negros de la mujer parecían tan sinceros.

Con el billete de la fortuna en el bolsillo, emprendió de nuevo el rumbo a su trabajo, después de unos minutos llegó con retraso. Su jefe lo esperaba con un gesto de pocos amigo, en la entrada de la oficina y cruzado de brazos le decía, «Que son estas horas de llegar, William».

«Disculpe, Señor Dan, hubo un problema con el transporte». Tom respondía con displicencia.

«No me agrada ese tono, William. No querrá terminar de patitas en la calle». El joven rostro del jefe se fruncía.

«No, para nada, señor». Tom blanqueaba los ojos.

«Vi ese gesto. Ahora ven conmigo». El pequeño y juvenil hombre se daba media vuelta y se dirigía a su oficina, mientras Tom iba detrás con la cabeza gacha. Después de unos minutos de sermón intenso, el hombre salía de la oficina del jefe y de muy mala actitud empezó su trabajo.

Las ágiles manos de Tom se deslizaban por el teclado mientras escuchaba su música favorita, con los audífonos, parecía que se escapaba del mundo y de la vida tan asfixiante que llevaba. Tarareaba una de sus melodías favoritas, entre melodías paso el día de trabajo y al caer el ocaso, volvió a su casa.

Después de un día largo de trabajo, se recostó en su sillón de cuero negro y encendió el televisor. La novela terminaba y Tom cerraba lentamente los ojos, en ese momento de semiinconsciencia, el sorteo de la lotería era transmitido. Tom de entre sueños escuchaba los números. El hombre se levantó de ipso facto y fue a buscar el billete.

Regreso al ver el sorteo y miró que le faltaba un número para ser un hombre millonario. Con los ojos fijos en la balotera, esperaba que dijeran el número ganador. Empezó a sudar profusamente y a temblar involuntariamente, se pasaba el brazo por la frente. Los minutos parecían eternos hasta que por fin calló la última balota.

La atractiva mujer tomaba la balota blanca y mostraba el último número. Por un momento Tom se desvaneció y luego retomó la conciencia gritando, «¡Soy millonario!».

Era una de las alegrías más grandes que había tenido en su triste existencia. Corría por el apartamento y brincaba de felicidad, besando el billete una y otra vez. A su cabeza llegaron miles de pensamientos y de lo que haría con todo ese dinero.

Esa noche se puso a beber todo el whisky que tenía en su bar improvisado y terminó tumbado el sofá de cuero con una tremenda borrachera. El sol acariciaba el rostro de Tom y con una resaca se levantó asustado, se iba a vestir de carrera para salir a su trabajo, luego recordó que era millonario y no necesitaba de ese horrible trabajo.

Buscó su billete y lo encontró de entre los bolsillos de la chaqueta. Besó el billete y retornó a su realidad afortunada, sonrió tomando la chaqueta y salió del apartamento, sin mucho afán. El día era tan bello con ese sol radiante en el firmamento azulado.

Caminaba como si la vida de un momento a otro se hubiera convertido en un cuento rosa. En ese trayecto encontró a la mujer que le vendió el boleto. «Señora querida, que feliz soy. Usted me ha cambiado la vida, ahora soy millonario. ¡Yeah!». De entre los bolsillos sacaba un billete doblado de 50 dólares, «Tomé una pequeña comisión». Se agachaba el hombre y le daba un beso en la frente.

«Gracias, patrón. Que la fortuna sea contigo». La mujer sonriente despedía a Tom.

«Así será, bella dama. Hasta pronto». Se iba saltando con la alegría floreciendo en su rostro.

Tom llegó hasta la oficina y vio en la puerta a su jefe. «Señor William, pensé que nuestra conversación había quedado...»

«Cállate, pendejo. Eres un mocoso impertinente que se cree el mandamás, solo porque tu tío es el dueño. Voy a hacer algo que había querido hacer desde hace mucho tiempo». Dio un gran puñetazo al joven hombre y lo dejó tendido. «Púdrete, bestia. Soy millonario y no necesito de este horrible trabajo. Renuncio y hasta nunca, pobre diablo. Jajaja».

Tomó un trago de whisky y lo escupió en la cara de noqueado hombre. Sus compañeros reían y aplaudían a Tom y todos decían, «¡Viva Tom, viva Tom!».

El hombre afortunado volvía a su apartamento y se aprestaba a seguir festejando. Las cervezas y el whisky seguían fluyendo y danzaba al ritmo de un blues. Después de todo el alboroto, Tom se sentó en el sofá y prendió un cigarro. Quiso ver el billete de su fortuna y metió su mano al bolsillo, pero no encontró nada, empezó a registrar sus bolsillos y una horrible sensación empezó a subir por su estómago.

La borrachera se había esfumado ante la intensa preocupación. Buscó por todo el apartamento, volteo las camas, fue al baño, tiró toda las cosas de la cocina. No lo podía creer el billete de había esfumado, se tiró al suelo desesperado y empezó a maldecir su suerte.

Salió gritando a la calle y maldiciendo a todos. Tom había perdido el juicio, y la locura lo había hecho preso, terminó en el manicomio.

«¿Dónde está mi billete de la fortuna? ¿Dónde está mi billete de la fortuna?», decía con la mirada perdida en la nada y los brazos dentro de la camisa de fuerza.

«Felicitaciones, señora. Ahora usted es millonaria. ¿Cuéntenos cómo le hizo?». El presentador le preguntaba a la mujer.

«Patrón, solo digamos que la fortuna llegó en un billete de 50 dólares. Jaja».