Fiction: Urgency (Urgencia) [EN/ES]

«Fuera de aquí, has la cola. Todos tenemos premura». Un hombre furioso golpeó a otro y lo tiró al piso por saltarse la cola y los demás insultaban al caído.

El hombre quedaba tirado y con las fórmulas médicas tiradas por el suelo. Boca abajo empezó a recordar el porqué estaba allí...

«Adrián, hijo, la comida está servida». La madre llamaba con un tono de profundo cariño.

La pequeña anciana, encorvada por el paso de los años, con pelo blanco como algodón, el rostro invadido por arrugas y unos lentes redondos para ayudarle a ver, acercaba los platos al comedor.

Adrián bajaba a toda prisa y plasmaba un gran beso en la frente de la mujer de su vida. «Hola, Madrecita hermosa, la más bella del universo, por la única mujer que daría mi vida. Jaja». Los dientes perlados de Adrián dibujaban una sonrisa.

«Ay, hijo, que cosas dices. Me vas a ser creer en tus palabras». La madre soltaba una dulce sonrisa dejando ver su prótesis dental. «Eres un mentiroso, ya llegará alguna mujer, que enloquezca esa cabecita y dejaras a tu madre solita. Jaja». Las risas hicieron que una tos seca dominara a la anciana.

«Calma, calma, madre. Recuerda que no debes emocionarte mucho, lo dijo el doctor». Adrián la abrazaba por la espalda.

«No te preocupes, hijo. Antonieta de Ramírez es fuerte como un roble». Las arrugadas manos de la anciana tomaban a las de su hijo. «Tu padre, que descanse en paz, decía que yo era una mujer fuerte, más fuerte que él». La madre se tomaba uno de los bíceps con la mano.

«Lo sé, madre. Pero procura cuidarte. Ya no eres la de antes y me dolería mucho que algo te llegará a suceder». Adrián soltaba un sollozo al aire.

«Hijo, no te preocupes. Estaré bien. Ya come que tienes que ir al trabajo». La madre servía la deliciosa carne asada, con papas al vapor y una ensalada de tomate y lechuga.

Al terminar de almorzar, Adrián se despedía de su madre y salía corriendo al trabajo, mientras la dulce anciana se quedaba en el umbral de la puerta moviendo la mano de lado a lado. El hombre llegó fatigado a la oficina justo a tiempo para empezar sus labores.

A la hora de estar trabajando, un sonido melodioso acompañando de una vibración, puso en alerta a Adrián. Contestó, «Buenas tardes, ¿con quién hablo?».

«Buenas tardes, ¿Hablo con el señor Adrián?», preguntaba un voz misteriosa.

«Sí, ¿quién habla?». El suspenso de Adrián crecía a cada instante.

«Señor Adrián, le hablo de la clínica Panam. Su madre fue internada de urgencias. Necesitamos que se venga lo más pronto posible».

Adrián salió como alma que lleva el diablo, su corazón latía a mil por segundo, pensando en lo que le había sucedido a su querida madre. La cabeza le daba vueltas en un dolor casi de agonía. Los piquetes en el estómago lo hacían esclavo del dolor. Algunas lágrimas salían despedidas por la brisa de aquel otoño, que volaban mientras corría hacia el destino incierto.

Después de unas horas, Adrián llegó al hospital y empezó a preguntar como loco por su madre. Las enfermeras trataban de calmarlo, pero el hombre estaba fuera de sí. Al escuchar el alboroto de los gritos, un médico se acercó y empezó a hablar de forma tan calmada que el ambiente tenso se suavizo. «Hombre, por favor cálmense. ¿Qué necesita?».

«Mi, mi, mi, madre, madre... Me llamaron... De aquí». Adrián trataba de articular palabras.

«Entiendo, joven, ¿cómo se llama su madre?». El doctor sujetaba suavemente a Adrián de los hombros.

«Antonieta de Ramírez», respondía cortante Adrián.

«Venga, joven». El médico llevaba a Adrián hasta la sala de cuidados intensivos. «Según el informe, su madre sufrió de una taquicardia, en este momento está delicada y necesita una operación de inmediato. Necesitamos que lleve estos papeles a la empresa de salud para que se los autoricen y proceder a la operación. Es de urgencia».

El médico le entregaba los papeles a Adrián para que cumpliera con el deber encomendado, pero antes pedía que le dejen ver a su madre. El médico aceptaba y le decía a una enfermera que lo llevé hasta el cuarto.

La enfermera abrió la puerta, y los ojos color miel claro de Adrián se posaban sobre aquellas máquinas que tenían con vida a su madre. Un golpe de aire a desinfectante penetró en sus fosas nasales, el blanco pulcro lleno sus retinas, y las camillas una a lado de la otra, mostraban la fragilidad del ser humano.

La madre de Adrián estaba inconsciente, y un sonido apacible rítmico indicaba lo estable que estaba la dulce anciana. El hijo se acercó a ella y paso sus manos sobre el blanco cabello, tan suave como una mota de algodón, luego recorrió el rostro lastimado por el tiempo, hasta que se topó con la mascarilla de oxígeno. Unas lágrimas salieron presurosas de sus ojos y cayeron en las manos inertes de su gran amor.

«No te preocupes, querida madre. Haré que te operen así sea lo último que haga». Adrián apretó los papeles y salió corriendo del hospital. Las horas seguían pasando presurosas y no había tiempo...

«Joven, joven, se encuentra bien». Un hombre de edad avanzada ayudaba a levantar a Adrián.

«¿Qué? Oh, sí, sí. No sé preocupe. Solo necesito entrar lo antes posible al lugar para que autoricen estos papeles. Es de urgencia». Adrián se levantaba y volvía a pasarse la fila.

«Oye, estúpido, la línea está atrás». El hombre que lo golpeó volvió a hacerse sentir.

«Oiga, necesito que me haga pasar es de urgencia. Si quiere pelear hagámoslo, pero no esperaré tanto tiempo».

El enfurecido hombre tomó a Adrián del cuello y lo sacaba a empujones. Empezó la pelea entre los dos y entre puños trataban de solucionar su conflicto. El hombre asestaba un golpe directo y tumbaba nuevamente a Adrián, luego se iba a tomar su turno en la fila.

El anciano volvía a ayudar al hombre. «Joven, no sea testarudo, tomé su lugar en la fila y ruegue que lo atiendan antes que cierren».

«Usted no entiende, señor. La vida de mi madre corre peligro, necesito entrar de urgencia ». Adrián le mostraba los papeles al anciano.

Los ojos plomos del hombre mayor se abrieron al máximo y comprendió la situación de Adrián . «Joven, deme esos papeles».

El anciano entraba al lugar a la vista de todos, después de un momento. «Qué pasó, señor», preguntaba Adrián con el corazón en la mano.

«Esta lista la autorización, joven. Ahora corra para el hospital». El anciano le entregaba los papeles.

«Mil gracias, señor». Adrián se despedía del anciano.

Llegaba al hospital terriblemente cansado, pero feliz porque tenía lo que le habían pedido. Los médicos procedieron a operar a la madre de Adrián y después de unas horas, ella estaba fuera de peligro.

«Joven, la ablación cardíaca fue todo un éxito. Ya le diremos cuándo puede ver a su madre».

Adrián sonreía y sintió que un gran peso se quitaba de su espalda. Después de unas horas más, la enfermera llamó a Adrián y lo hizo ver a su querida madre.

«Hola, hijo, ya estoy mejor. No te preocupes». La madre hacía esfuerzo para hablar.

«Madre, no te esfuerces. Ya lo sé». Adrián la abrazaba con una ternura indescriptible. «Te amo, madre». Los sollozos carcomían la garganta de Adrián y soltó varias lágrimas.

«Ya no llores, hijo mío, recuerda lo que te dije. Antonieta de Ramírez es fuerte como un roble. Jaja».