"No, no. no... ¡No!", murmuré mientras borraba las líneas.

Era una mañana de octubre cuando mi jefe me llamó a las 4 de la mañana para encomendarme la tarea de contactar a Quijote de La Mancha, un vantuber cuya popularidad poco a poco ha ido escalando. A modo personal, creo que esto no es una buena idea; es notable que este señor, de nombre Alonso Quijano, esté loco. Es decir, ¡el tipo cree que es un caballero andante luchando contra dragones y villanos!

Por Dios, el video viral de los molinos es una prueba de ello; conduciendo su motocicleta, y un machete en mano, el infeliz fue directo hacia una de las aspas, la cual creía ser una de las manos de los gigantes. ¡Gigantes, en el mundo del internet! O el otro video de cuando liberó a un camión que transportaba a los 12 delincuentes más peligrosos del país. Por Dios, no puedo olvidar el momento en el que el Quijote se la pasó persiguiendo el vehículo en el caballo de su asistente y camarógrafo, Sancho Panza, armado con su machete, su rifle y un tirahule.

La escena en sí da risa, pero el trasfondo es tan preocupante que no entiendo aún como la familia de este pobre hombre permita que ande a sus anchas y no buscado ayuda psiquiátrica urgente para abordar su problema.

Con un suspiro, y con la mente más abrumada ante aquella idea nefasta, empecé a redactar la misiva.