Mis tres muertos
No recuerdo en mi juventud haber celebrado el día de los muertos, tal como lo hacen en la actualidad los mesoamericanos cada 2 de noviembre. El primer contacto con esta respetable tradición, lo tuve a los 22 años, cuando trabajé en un pueblo rural nororiental de mi país, Venezuela. Era el anochecer del primero de noviembre, día de todos los santos, y desde donde estaba hospedado, vi estupefacto, como familias enteras se adentraban en el cementerio y encendían veladoras alrededor de las tumbas de sus difuntos. Con total relajo, ellos pernoctaban en estas, consumiendo comida y bebidas espirituosas, cuál una noche de juerga hasta amanecer del segundo día
Confieso que tuve una gran confusión e impresión. Más cuando aún persistía en mí, la idea de que el cementerio era el escenario de los cuentos de ultratumba, esos que tanto miedo da a los niños y adolescentes. Claro, ya entrado en la edad adulta, entendí de que en estos lugares reina una gran paz por muy tenebrosos que puedan parecer. Aunque, por desgracia, perturbado en ocasiones por los detestables profanadores de tumbas, quienes en busca de despojos humanos, los irrespetan para surtir las prácticas de brujería.
Bueno, no pretendo aburrirlos con un ensayo o divagación sobre Halloween, el día de los santos, y por supuesto, el día de los muertos. Quizás un microrrelato sería propicio en esta ocasión, ese que espeluzne y nos haga chirriar de miedo, pero no estaría acorde con el espíritu de esta convocatoria que gentilmente nos hace nuestra estimada comunidad mexicana. Al contrario, me parece acertado el rendir un merecido homenaje a quienes amamos y se nos adelantaron en el camino.
Cuando llega la muerte, no hace ninguna distinción. Así que, sin excepción, nuestra vida pende de un frágil hilo, y lo que nos parece natural, en realidad tiene un valor inestimable. Sin ser un anciano todavía, me doy perfecta cuenta, de que muchos ya yacen en mi memoria, y que en esta vida, no los veré de nuevo, tan solo en los escasos registros audiovisuales que la providencia hizo posible.
Podría enumerarles a muchas personas importantes con quienes compartí y ya no están, dándole una breve semblanza de cada uno, y que no transcendería más allá de una sonrisa mientras dura el efecto de la lectura de estas líneas, pero no lo haré. Ellos merecen más. Además, si lo pensamos bien, de cierta manera, ellos aún viven en mí, y de seguro, que sus muertos también viven en ustedes.
Así que, solo les comentaré de tres: mi primer hijo, mi abuela y mi padre.
El primero, solo me acompañó un par de meses y dos días, y partió dejándome la inocencia de sus sonrisas, luego de una breve agonía producto de una bronca aspiración.
El segundo contacto significativo con la muerte, fue la partida de mi abuela: la viejecita tierna y sobre protectora, quien lidió conmigo con esmero y amor cada temporada que pudo, desde que yo tenía seis meses. Si la muerte de mi hijo fue dolorosa, contar con un ángel me aliviaba. Pero ver partir a mi amada Mama Mery, casi me devasta al tener que hacerme el fuerte cuando mi padre se abrazaba a mí llorando como un niño. Tal como me recordaba a mí mismo, al verla partir desde el andén en el autobús cada temporada vacacional en que retornaba con mis padres. La muerte de mi abuela octogenaria fue rápida, luego de una breve convalecencia en un hospital. Durante días, en solitario, sentí un dolor desgarrador, no en lo físico sino en el alma.
El tercero, mi padre. Él era extremadamente cercano con mi abuela, y tal vez su muerte, precipitó que adelantará el paso a su encuentro. Sé que uno suele alabar a sus muertos, diciendo los buenos que eran. ¡Pero en verdad… yo fui muy afortunado de tenerlos como ejemplos y guías! Además de bonachones y caritativos, eran amorosos y protectores, excedían lo familiar, ejercían el amor al prójimo, quizás por esos motivos no amasaron fortunas, eran desprendidos, y capaces de dejar de comer por saciar al desconocido. ¡Por supuesto que tenían defectos!, ¿quién no los tiene? Pero ellos, con sus actitudes congruentes con sus conductas y vocación de servicio, los minimizaban.
Un hecho curioso, la muerte de mi padre, quien por más de 40 años sufrió de hipertensión arterial y terminó con los riñones dañados, aunque dolorosa, también me trajo una paz y convicción especial. Les cuento: soñé con él al siguiente día de su sepelio. Sabes, ese tipo de sueño, que a pesar de no ser vivido, no tienes dudas de con quién hablas y te deja un mensaje claro y persistente. Por lo general, uno olvida los sueños. Pero como olvidar a mi padre tranquilizándome, asegurándome que él está bien, y que no sufriera por su muerte. Aunque el mensaje fugaz, no tengo duda de su origen.
Ya para finalizar, sé que en mi familia hay quienes tienen una especie de altar con las fotografías de nuestros muertos, les ponen velas y hasta les hacen rezos. En mi caso particular, las velas están siempre encendidas en mis pensamientos y mi corazón. Quiero pensar en que… quizás la muerte, sea la ilusión, el paso en un camino en el cual, aún somos incapaces de vislumbrar, pero que inevitablemente hemos de transitar, y mañana, nosotros también seremos los muertos de alguien, a quien nos dolerá dejar, pero que reencontraremos sin duda.
Que tengan unas felices festividades con sus muertos...
Un escrito anecdótico para participar en el Concurso día de Muertos 2023 por HiveMéxico. Si deseas unirte a la actividad pichas aquí para conocer las bases de la convocatoria.
La hermosa imagen del cielo que antecede al escrito, la capturé con mi Samsung Galaxy J7 Prime, y la titulé en www.canva.com
Hola Javier,
Un relato sentido, muy fuerte, enfrentar la perdida de un hijo. Ruego porque ellos me entierren y no lo contrario. La muerte fue algo que sucedía lejos de mí, hasta que murió mi Madre, un infarto fulminante y repentino, del que me consolé, con el pensamiento de que ya no sufría. Una artritis deformante se apoderó de ella joven aún y la torturo sin encontrar más que paliativos y alivio temporal. Tantas medicinas le causaron diabetes y finalmente el infarto.
Ese día mi padre se echó al abandono sin que hubiera forma de sacarlo de su depresión, finalmente a los tres años se fue detrás de ella.
Ya van a ser 20 años que se marcharon y los sigo extrañando y nombrando a diario.
Una muerte que me afecto y me cambio, fue la de un cuñado, menor que yo. Nadie quería darle la noticia a mis suegros y a mí me toco la amarga labor.
Ese suceso me decidió a cambiar mi vida, renuncie a perseguir la zanahoria, me retire del trabajo y empezó una aventura que, con sus altos y muchos bajos, me ha salido bien. De momento.
Espero vivir mucho más, mientras me pueda valer. Pero si mañana llega la señora de la hoz, pues sabré qué hay del otro lado y cuento con encontrarme con los que se fueron antes. Y si todo es ilusión de la fe, bueno a descansar y volver a ser parte de la tierra.
Sueño con las estrellas y la inmensidad que, sin inmortalidad, carece de sentido.
Un abrazo y hasta mañana.
Así es, mi estimado amigo. Aunque la muerte nos acompaña desde siempre, no es hasta que nos toca en lo cercano que entramos en consciencia.
Claro, no hay que obsesionarse. Hay que disfrutar el aliento de vida de la mejor manera posible en compañía de quienes amamos. Y como bien haces, honrar a los padres, manteniendo su legado en uno mismo.
Saludos.
@tipu curate 8
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Muchas gracias por el apoyo.
Que en paz descansen tus seres queridos ya fallecidos. Lo más importante de todo lo vivido con ellos son las vivencias, recuerdos y momentos felices que vivieron juntos y que siempre estarán bien resguardados en tu mente y corazón. Un saludo grande Daniel
Muchas gracias @danielcoco95
Como dices, me anima los buenos recuerdos, y en este sentido, es como si ellos estuviesen de viaje. Ellos viven en mí.
De nuevo, muchas gracias.
Saludos.
Hermano, que publicación tan maravillosa. Lo primero que me agradó fue esa comparación en cómo vemos la muerte cuando somos niños y como la vemos de adultos y ya habiendo perdido a un ser importante. Imagino tu impresión en ese cementerio lleno de velas, realmente lo que nos enseñan desde pequeño son historias de miedo, y ahora luego de tantas partidas es hasta hermoso saber lo que uno hace para homenajear a sus difuntos con tanta dedicación.
A mí me dolió mucho la muerte de mis abuelos y tíos, pero nada se siente como cuando muere un miembro real que vive en tu casa por muchos años, como tus tres casos, yo lo he vivido hace 9 meses a penas y aún no encuentro consolación, sobretodo al compartir con los demás afectados que son mamá y mi hermano. Espero llegar a este punto de calma que parece que tienes, ya sé que siempre dolerá, pero estoy en ese proceso de aprender a vivir con ello. Estoy feliz de haberte leído hoy 😉
Hola @jesuslnrs
Gracias por pasar y compartir tu propia experiencia. El duelo hay que vivirlo sin duda, pero con el tiempo entenderás que ellos ahora están más vivos en ti que nunca antes. Además, muchos tenemos la esperanza de reencontrarlos cuando nos toque dar el paso definitivo en este plano. Mientras tanto honorémosles siendo las mejores versiones de nosotros mismos, tales como ellos lo esperaban.
Saludos.